El pastor andaba todo el día, de sol a sol, atravesando bancales infinitos y guiando el rebaño, por veredas polvorientas. Raro era el día en que no cazaba, a tiro de honda, alguna liebre. Otras veces, era su lebrel el que le traía algún gazapo tierno. El hombre se apresuraba en desollar la pieza, echando las tripas a su perro, para que se las comiera. Después arrancaba unas matas de tomillo y de romero, y las introducía en el hueco donde antes estaban los intestinos. Metía la liebre en el zurrón y seguía camino. Al atardecer, el pastor llegaba, reventado, al aprisco, para guardar allí al ganado. A veces se encontraba allí con algún otro pastor.

En una de las paredes del chamizo estaba colgada la sartén de patas. Sacando de su morral una bolsa de harina, y echando mano de su enorme calabaza, llena de agua, el pastor preparaba la masa, con una pizca de sal.

Mientras tanto, su compañero había montado fuera una buena lumbre, arrojando encima de ella una gran losa de piedra, bien lisa y limpia. Al lado se había colocado la sartén en la que hervía, lentamente, la carne de liebre, los ajos y, tal vez, con algún pimiento. Y, si había suerte, con caracoles serranos.

Cuando la piedra estaba muy caliente, la sacaban del fuego y extendían sobre ella la masa, estirándola hasta formar una torta que, en unos minutos, quedaba cocida y lista por el calor.

Entonces desmenuzaban la torta, en cachitos, que iban a parar al guiso, donde se cocinaban por un rato, tomando el gusto del caldo.

A la hora de comer los gazpachos, se usaban, a modo de platos, unos trozos grandes de la torta, del tamaño como de un palmo. Cuchara de madera y p’adentro.

Y vengan tientos a la bota de piel de cabrito.

Esta que os acabo de contar es la historia del cómo y del por qué de los gazpachos.

No me lo contó nadie. Lo viví yo, siendo un zagal, en cierta ocasión que me dejé raptar por un pastor de los rebaños de mi tía. 

Marché con aquel pastor, campo a través, por las llanuras manchegas, durante un par de días.

Era marzo y los bancales verdegueaban.

Algunas casas de comidas adonde preparan los mejores gazpachos manchegos

Por lo demás, puedo deciros que jamás he probado gazpachos como los que mi madre guisaba.

No niego que hay algunos sitios en los que los hacen muy buenos. Me gustan mucho, entre otros, los de Emilio (Hellín), Casa Sebastián (Jumilla)Bar La Carmen (Campo de Ricote), Casa Alfonso (Pinoso), Casa Elías (Chinorlet), Pincelín (Almansa)… pero como los de mi madre, ninguno.

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