Manolo, alma eterna en O gato Negro
Manolo, alma eterna en O gato Negro

Taberna O Gato Negro


Rúa da Raíña, sn.

981 583 105

Dicen que los gatos negros traen mala suerte.

El de la taberna O Gato Negro es la excepción. Pero lo cierto es que hay que ser muy gallego, para ponerle ese nombre a un negocio.

Marcelino García, que fue quien la fundó, en 1920, lo era, en grado sumo.

La verdad es que cuando él compró aquella antigua caballeriza, que acondicionó para convertirla en tasca, no pensó que lo del nombre fuese cosa de importancia. La gente iba allí a beber vino, a la taberna del Marcelino. Y eso era suficiente.

Luego, años después, llegaron los de las licencias y los permisos y las mierdas de la burocracia, a complicarle la existencia a aquel buen hombre.

Le dijeron que era obligatorio ponerle nombre a su local.

Otro quebradero de cabeza, del que Marcelino estaba quejándose a un amigo suyo, cierta noche, charlando con él, en su taberna. En aquel momento, un gato negro se coló allí, casualmente.

  • «Coño, mira. ¡Ya tenemos nombre!», dijo, cachazudo.

Me contó esto el tataranieto de Marcelino, que se llama Xoan.

Xoan lleva en sus venas la más ilustre de las sangres taberneras, y disfruta de su oficio hasta la médula. Y, sobre todo, está dispuesto a continuar la saga, dejando todo igual que siempre estuvo.

Esto es cosa muy de agradecer y que me tranquiliza mucho. Porque la Taberna O Gato Negro es, para mí, -si no la más- una de mis tres o cuatro tabernas preferidas. Y, si por algo tengo miedos al respecto, es por ver que su fama es muy grande; y no sé si el rodillo del turismo terminará por sepultarla.

Todo sigue tal como estaba hace 100 años

Mostrador de O Gato Negro

De momento, los parroquianos de toda la vida preferimos visitar las auténticas tabernas de Santiago durante los meses del otoño y del invierno. En esas épocas, la ciudad es menos frecuentada por extranjeros.

La tasca tiene una fachada de grandes sillares de granito. En

Fachada de O Gato Negro

uno de ellos, está incrustada la tradicional argolla de hierro, en la que, los campesinos que venían a beber, solían atar a sus animales.

La puerta, siempre ha sido verde. Debe de tener más de cien capas de pintura. Sobresale en su dintel la silueta de hierro del gato.

Adentro, las mesas y los taburetes de madera, son igual de verdes que la puerta.

La barra es también verde, aunque no tanto. Esta es la barra que más me gusta de cuantas conozco. No es muy alta y su mostrador es de mármol.

Lo mejor de la cocina tabernaria de Santiago

Sobre ese mármol, he disfrutado yo, comiendo de todas y cada una de las raciones que conforman la lista, que aparece en la pizarra de madera del lugar. Soberbias todas ellas; no pienso saltarme ni una. Los humildes pimientos, el lacón, los mejillones, las almejas; los deslumbrantes chocos en su tinta, el caldo casero, el queso de tetilla, el pulpo, las zamburiñas y las descomunales empanadas, que preparan con mil rellenos diferentes. Y… he dejado, para el final, el hígado encebollado; plato de gran trascendencia, que, a mi entender, es el rey de la taberna.

En los toneles del lugar, se guarda el ribeiriño blanco, que sirven, siempre fresco, en cuncas.

Cómo se bebe el vino en las "cuncas" tradicionales

Me contaba Manolo, el antiguo tabernero, que poca gente sabe que la forma correcta de beber en cunca, es tomándola a pellizco, por el borde… a pesar de que eso implica tener que meter el dedo pulgar dentro del vino.

Xoan, el joven tabernero de O Gato Negro

Voy a echar de menos a Manolo, joder; ahora que se ha jubilado.

Os he hablado antes de Xoan, que es su sobrino, porque es él quien regenta ahora la taberna, y porque trae consigo la raza de la quinta generación.

Pero lo cierto es que, con Manolo, he pasado yo allí muy buenos ratos.

Creo que Manolo se merece tener un lugar de honor en esta guía mía. Porque quiero que se sepa que él es un tabernero por antonomasia. Vocacional y enamorado de su barra, en la que era capaz de atender, él sólo, sin alterarse, más de treinta comandas, al mismo tiempo.

Manolo tiene cara de tabernero. Y tiene, además, la cantidad exacta de simpatía -ni más ni menos- que hay que tener, para acoger a la parroquia con agrado, pero sin que se te suban a las barbas. Tiene la lengua sujeta, pero suficientemente afilada. Y la dosis justa de conversación, que es necesaria detrás de un mostrador.

Tal y como cantaba Silvio, en «Ojalá»: «la palabra precisa, la sonrisa perfecta»… En fin, ojalá el Gato Negro dure, tal cual está, otros seiscientos años.

Que esos son -año arriba año abajo- los años que yo tengo pensado vivir.

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